La novela de Boris

PARA BORIS IZAGUIRRE, en la vida común de los mortales pasa de todo. O mejor sería decir, pasa lo mismo siempre, pero de maneras tan impensadas y tan inverosímiles que, al apreciarla, cuesta creer. Desde su mirada de narrador, lo que puede someter la historia de una persona, una familia, o una ciudad al escándalo, a lo ridículo y hasta lo cursi, para él resulta normal, viene dado con la vida misma de todos los días. Vivir no es asunto de comedimientos, ni de “proporciones”. Se vive, parece querer decirnos, de manera “truculenta”, y pase lo que pase, nada hará que esto cambie en el transcurso de nuestra existencia.

Como en los cuentos que llamamos “rosa”, o como en las historias de ese género típicamente latinoamericano, la telenovela, en eso debe centrarse el lector al leer Villa Diamante, porque me parece que la sensibilidad desplegada por Izaguirre al plantear esta novela se encuentra dentro de los cauces de una sentimentalidad mayor: esa que puede entrar de lleno en los excesos del drama –y también de la nadería y lo fútil–, en los eventos terribles que le ocurren a las personas (la muerte, la vejación, la enfermedad, el desamor, la crueldad).

¿QUÉ NOS CUENTA la novela? Es la historia de dos hermanas, Ana Elisa e Irene, quienes por una jugada del destino (atención al tono melodramático) pierden a sus padres y esto las hace comenzar una vida que las marcará para siempre. La mala pasada se las aporta la muerte de su padre. Este muere en el jardín familiar, una noche lluviosa, luego de que un rayo ha partido una de las palmeras allí sembradas, que termina por aplastarlo. La madre, a partir de esto, enloquece, y es recluida, sin que las niñas lo sepan, en un sanatorio desconocido. Entonces Ana Elisa e Irene pasan a ser cuidadas por sus vecinos, económicamente acomodados y amigos de sus padres.

PERO aquí comienza la otra parte de sus vidas, la menos feliz, si se quiere. Estar bajo el cuidado de los Uzcátegui –los vecinos– será el tiempo en el que todo para ellas cambiará definitivamente. Ellos serán los “malos de la película”. El señor Gustavo, acomodaticio y vulgar; la señora, Graciela Uzcátegui, la mala entre las malas, la villana del cuento, la contrafigura de toda la historia, la que hará de manera calculada (como lo hacen todas las villanas) que la vida hasta entonces unida de las hermanas se divida para siempre. Ana Elisa e Irene se separarán. La primera será violada, embarazada se irá al exilio. Allí conseguirá la amistad de un travesti que le hará conocer el mundo verdadero. También conocerá al amor de su vida, Hugo, quien la traerá de vuelta a Venezuela y la llenará de comodidades y lujos. A esas alturas, van a ser ella y su pareja el centro de los acontecimientos sociales y políticos de la época. Terminará logrando recuperar el pasado de su niñez al conocer, en Milán, Italia, al arquitecto que construirá la casa de sus sueños, como símbolo y monumento de transformación y superación de sus males. Por su parte, Irene será la menos favorecida de la historia tal vez por que siempre fue la más pasiva. Aunque dotada con una belleza física indecible, como de cuento de hadas, va a resultar la víctima por excelencia de Graciela Uzcátegui: será su títere, su materia manejable, el blanco de sus planes. Irene cambiará, y la desesperación la llevará a hacer cosas que el lector verá.

ESTO EN CUANTO al argumento. ¿Nada más? Nada menos. Otro aspecto al que hay que mirar detenidamente es el de la ambientación en la que se despliega toda la trama. El narrador construye los ambientes casi como “locaciones” cinematográficas, espacios muy definidos en los que con pocos recursos nos hace sentir la situación de lo contado. Todo ocurre principalmente en Caracas, desde la muerte de Gómez hasta los años 50. Además está incluida la isla de Trinidad como lugar de exilio y en la cual buena parte la historia va a transcurrir. Con ello podemos apreciar una narración poderosa. La mirada a los detalles, la descripción intramuros y la urbana de una ciudad que en menos de 20 años se transforma definitivamente, se realiza con penetración y fuerza visual. Al respecto, Izaguirre ha manejado con mucha finura y sin desperdicio la presencia física de los objetos, las calles, los clubes, las avenidas, las urbanizaciones. Leemos una Caracas histórica, de incipiente transformación medinista, luego de penetración y “gloria” perezjimenista. Sentimos el levantamiento de una arquitectura que lo copa todo, de combinaciones artísticas que le hacen juego, de colores, de artistas como Mondrian o Legèr o Villanueva. Todo aquello acompañado con el rumoreo político, el susurro sedicioso, los largos y grandes pasillos iluminados por donde se cruzan un Betancourt con los ingenieros, los negociantes, con el dictador, con el jefe de la policía nacional.

QUIZÁ Boris Izaguirre haya logrado algo pocas veces conseguido en nuestra literatura. Pudiera decirse que su mirada y su interés de narrador construyen la historia como extensión literaria de la crónica social, género periodístico tan familiar e importante para el autor. Izaguirre, con Villa Diamante, ha expuesto y creado una historia de la en demasía vida novelesca de ciertas familias caraqueñas que se levantaron e hicieron fortuna al calor de la riqueza petrolera, de la adulación política o del garrote militar. Contado desde la mirada del que registra la reunión de sociedad, la fiesta de los gustos y, cómo no decirlo, del glamour. Por esto, no nos parece extraño que uno de los personajes, en un pasaje, diga: “la crónica social, esa mezcla de cursilería y mala leche…”. No dudamos de que el autor, tan polémico y provocador, haya puesto en práctica esos dos elementos al escribir la suya.
Escribir la suya.

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Boris Izaguirre. Villa Diamante, editorial Planeta, 2007. Novela finalista del Premio Planeta del año 2007. 490 páginas.

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